Desde niña siempre quise sostener la mano del que se sentía triste o del que expresaba su dolor a través de sus lágrimas, hubo ocasiones que observaba a algunas personas transitar por momentos difíciles como: la frustración y el llanto de un/a compañero/a de la escuela por sus malas calificaciones, la despedida de un ser querido que migraba al extranjero en busca de progreso personal/profesional/familiar, la enfermedad grave de algún vecino cercano, la pérdida de un ser querido, el accidente de alguna persona conocida de mi familia, así como algunas injusticias que causaban un gran dolor en la persona que las vivenciaba. 

Además, siempre me pregunte cómo existen personas que, a pesar de su dolor, poseían un temple una fortaleza interna para enfrentar y salir de una situación dificultosa y continuaban con su vida, me interesaba y quería saber cómo esas personas tenían esa gran capacidad para enfrentar aquellos acontecimientos en sus vidas. Todas estas vivencias, incluidas las mías, me hicieron interesarme por el comportamiento y la conducta humana, sus individualidades culturales, de personalidad y de su sistema de creencias, así como también de sus potencialidades y habilidades para enfrentar las vicisitudes de su vida.

 Crecí en Lima y me forme como psicóloga en una universidad con un enfoque humanista (que promueve la formación integral de las personas con sólida base ética, científica, tecnológica y humanística que se traduce en profesionales íntegros, con valores, vocación de servicio, agentes de cambio e innovación, en permanente búsqueda de la verdad, que participan en la solución de los problemas más acuciantes de la sociedad).
Me gradué como Psicóloga, en la Universidad Femenina del Sagrado Corazón - Unifé de Lima-Perú. Después de graduarme y de trabajar algunos años en la práctica privada y en el sector educativo con jóvenes, realice una maestría en Educación en Calidad Educativa cuando vivía en mi patria. 

Luego el amor de pareja me trajo a Alemania, donde mi proceso de integración y adaptación a una cultura diferente me hizo conocer personas de todo el mundo, donde por mi lengua materna conecte rápidamente con hispanohablantes que llegaban también como yo, con una gran maleta de esperanzas y sueños por cumplir, pero a la vez con muchas incertidumbres, miedos y angustias. 

Aprendí un nuevo idioma ya adulta, aprendí a reinventarme, a reescribir mi historia, a renacer, aprendí caminar sola, amar mi individualidad y fortalecer mucho más mi autoestima, alejada de todo lo que había conocido, y a pesar de estar tan lejos de mi zona conocida pude lograr transformar esos retos que se presentaron y se presentarán, pues tal como lo dijo el filósofo Heráclito:

“Lo único constante, es el cambio”.
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